Por Allan Clúa.
The railway man es una película hecha a la antigua. Tal vez para muchos tenga un ritmo un tanto lento o una simpleza extraordinaria para los tiempos actuales, pero esta película es, simple y sencillamente, buen cine.
Basada en una historia real, «Un pasado imborrable» -horrible traducción, para variar- cuenta la historia de Eric Lomax, interpretado por el gran Colin Firth, un soldado británico que es capturado, junto con sus compatriotas, por los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Años después, conoce a la que será su esposa -la siempre hermosa y siempre eficiente Nicole Kidman-, quien poco a poco descubre las severas cicatrices emocionales que la captura dejó en él. La historia toma un giro interesantísimo cuando la pareja descubre que el hombre responsable de su tortura años atrás sigue vivo y libre.
La película cuenta una historia sencilla, profunda y respetuosa hacia cada integrante de la misma. Tiene un tono apropiado en el que no se abusa del drama que representa una experiencia tan infernal como la que relata pero tampoco suaviza lo horrible que puede ser un evento de tal magnitud.
Quizá el único pecado del realizador es que a veces se mantiene un tanto frío ante su protagonista. Un hombre desencajado, como bien nos expresan los encuadres que lo muestran fuera de composición, que va por la vida «como un fantasma» aferrado a olvidar.
No obstante, la frialdad que por momentos se siente en la narrativa desaparece en la fabulosa última media hora de la película. Si uno se compromete a la película y reflexiona acerca de lo que está pasando dentro de los personajes y dentro de uno mismo, las últimas notas de la película llegan directo a lo más profundo, moviendo algo importante y hermoso a lo que cada ser humano debe aspirar.
Esta película es como las viejas: sencilla, bien contada y con un mensaje digno de escuchar.