Por Allan Clúa
El hoyo o The Platform, para los que tienen su Netflix en inglés, es la película del momento. Lo es por diversas razones: primero, la plataforma de streaming sin duda debe estar viviendo uno de sus mejores momentos con todos encerrados en casa; segundo, existe en la sociedad un malestar y preocupación genuina y justificada por los tiempos futuros (tanto en términos de salud como económicos) y, tercero, nos encontramos en un momento particularmente lleno de gente con tiempo libre para pensar, reflexionar y opinar. Así, está película aterriza en el momento y lugar exacto para ser un hit enorme.
La ópera prima de Galder Gaztelu-Urrutia, director español, tiene una premisa original y sencilla. El hoyo es una prisión construida de forma vertical con un número, aparentemente, infinito de niveles. Existen dos prisioneros únicamente por nivel y cada número determinado de días los reos cambian a otro nivel aleatorio (puede ser arriba o abajo). Su única alimentación proviene de una plataforma llena de comida que baja del primer al último nivel por unos pocos minutos; provocando, por obvias razones, que los de arriba tengan comida de sobra y los de abajo nada de comer. ¿Suena como un comentario social? Lo es. El hoyo es un comentario social directo y poderoso de hora y media de duración.
Es difícil escribir sobre esta película sin caer en un escrito social, político y/o filosófico; más que una película El hoyo es una declaración. Cinematográficamente, la película tiene grandes virtudes y otros tantos defectos. Es una película entretenida e inteligente ya que está hecha con pocos -pero bien explotados- recursos, cuenta una historia original, tiene grandes actuaciones y maneja un tono poderoso y un ritmo bastante efectivo. Por otro lado, la película es en exceso frontal y explicativa, características que usualmente consideraría defectos – el cine es un medio visual, por encima de cualquier cosa – pero que pasan a un segundo término por el poder que tiene la pieza. Por cierto, como advertencia, la película tiene un par de episodios ultra violentos.
Buscando no explayarme demasiado y tampoco convertir esta crítica de cine en un ensayo sobre sociología (cuestión que no me compete), me permito escribir algunas conclusiones expuestas por el director, mismas que merecen debate y reflexión:
- La moral es totalmente relativa al estrato social en que vivimos.
- La empatía es la única salvación en una sociedad.
- Los de arriba se preocupan por los de abajo pero nadie está dispuesto a bajar y es casi imposible subir.
- La religión es una necesidad para los de abajo, una justificación para los de arriba y un vacío para los de en medio.
- Los jóvenes son la esperanza, así de trillado como suena.
El hoyo es una película atrevida, contada por una voz inteligente, osada y llena de rabia. Rabia de la que necesita el mundo para cambiar, hoy más que nunca. Es una película que nos recuerda que el cine y el arte tienen el poder (y desde mi punto de vista, el deber) de explorar temas relevantes y generar conversación. En tiempos de “la cuarentena es un privilegio de clase”, esta es la obra que hay que ver.
Existe en la mayoría de las películas comerciales un defecto mayúsculo, aquel de la exposición. Esto es cuando una película explica, principalmente, a través del diálogo, en vez de mostrar. El cine no debe explicar, debe contar algo visualmente y permitirle al público llegar a sus propias conclusiones. El hoyo son 90 minutos de exposición. Y sí, parezco contradecirme entre todos los defectos y virtudes que tiene la película, es lo que ocurre a verla. Es obvia, pretenciosa y explicativa pero, joder, que buena película.

Calificación: 4/5 HIJOS